Actividad N°2: Tito Nunca más
Tito Nunca más
Mempo Giardinelli
El
mundo se le vino abajo el día que le cortaron la pierna. Solo tenía dieciocho
años y era un centrodelantero natural, uno de los mejores número nueve surgido
jamás de las divisiones inferiores de Chaco For Ever.
Acababa de ser vendido a Boca Juniors, donde iba a debutar semanas después, cuando recibió la citación para ir
a la Guerra. Aquel verano del '82
el General Galtieri ordenó atacar las Islas Malvinas y Tito Di Tullio fue
convocado al término de la primera semana. Ahí empezó su calvario.
Le tocó estar en la batalla
de Bahía de los Gansos,
en la que los cañones
ingleses convirtieron las
praderas en infierno, los Harriers atacaban como palomas malignas y los gurkas se movían como alacranes. Un
granadazo hizo volar por los aires la trinchera que habían cavado por la mañana y una esquirla en la pierna derecha
le quebró el fémur y lo dejó tendido,
boca arriba, mirando
un punto fijo en el cielo como pidiéndole una explicación.
Enseguida reaccionó y, en medio de la balacera, se hizo un torniquete para detener la pérdida de sangre. La herida no
hubiera sido demasiado grave si lo hubiesen atendido
a tiempo, pero la incompetencia militar argentina y la furia británica lo
obligaron a permanecer allí por
muchas horas, durante las que fue sintiendo cómo la gangrena o como se llamase esa mierda que lo
paralizaba le tomaba toda la pierna. El bombardeo y la metralla, ruidosamente unánimes,
impedían todo movimiento, y Tito, que parecía un muerto
más en el campo de batalla, solo pudo llorar amargamente, inmóvil y aterrado
por el dolor y por el miedo, dándose
cuenta, además, de que nunca más volvería a jugar al fútbol.
Lo encontraron desvanecido y alguno dijo después que los ingleses lo
habían dado por muerto. (...)
Lo
colocaron en una camilla improvisada y lo llevaron hasta el comando del
regimiento, que por esas horas
empezaba a rendirse. La desmoralización era general y nadie sabía quién mandaba. Todos los oficiales estaban
desconcertados y de hecho habían abandonado
a sus tropas. Batallones enteros estaban a cargo de sargentos, o simples
cabos, y cuando llegó la camilla en
la que agonizaba ese soldado que había perdido muchísima sangre, alguien, seguramente un oficial británico,
dispuso que fuese operado de urgencia en uno de los hospitales de campaña que los ingleses instalaron en Puerto
Argentino, nuevamente llamado por ellos
Port Stanley.
Allí le cortaron la pierna (…)
Cuando regresó al Chaco, cuatro meses después,
apenas sostenía su cuerpo
magro y encorvado apoyándose en un par de muletas.
Pero lo que más impresionaba era la expresión
de tristeza infinita
que se le había estampado
en la cara como un tatuaje virtual.
Esa misma,
primera semana, las autoridades de Chaco For Ever le hicieron un homenaje en la cancha de la Avenida 9 de Julio.
Con las tribunas repletas, minutos antes de un
partido de liga todo el estadio lo aplaudió de pie, como a un héroe.
Pero todos vimos, también, que Tito
no se emocionaba ni sonreía; era apenas un cuerpo irregular coronado por esa tristeza imbatible. Era una mueca
mezcla de horror, angustia y rabia, y todos vimos cómo sus ojos velados miraban la gramilla con resentimiento y
más allá a unos chicos que jugaban con una pelota
a la que Tito, me pareció, hubiese
querido patear para siempre.
Como dos o tres años después, recuperada la democracia, un día yo salía
del Cine Sep llevando del brazo a la
que era mi novia, Lilita Martínez, y de pronto lo vi y me quedé paralizado. En pleno centro de la ciudad y
a las nueve de la noche, apoyado sobre dos muletas
deslucidas, de maderas cascadas por el uso y con un par de calcetines
abullonados en las puntas a manera de
absurdos zapatos silenciosos, Tito Di Tullio extendía una lata esperando que alguien depositara allí unas monedas.
(...)
Durante un largo tiempo dejé de verlo.
La democracia era una ardua tarea a finales de los ochenta. La crisis
económica empezaba a hacer estragos,
y, como si la decadencia de muchas instituciones fuese una de sus consecuencias inevitables, también For
Ever se vino abajo. El club entró en una pendiente de la que todavía no termina de recuperarse: desafiliado de
todas las ligas durante años, solo después
de una amnistía se le permitió volver a jugar en los campeonatos promocionales del interior del país. Y esa
reactivación futbolera demostró que la vieja
pasión de los chaqueños por el único equipo que llegó a jugar en primera
en varios torneos nacionales se
mantenía intacta, y todos volvimos al viejo estadio de la 9 de Julio con las mismas antiguas banderas, bombos y entusiasmos. Ahí reencontré a Tito, afuera del estadio, junto a las puertas
de acceso a las tribunas populares.
Los días de partido llegaba temprano,
abría una mesita de tijera y colocaba sobre
ella un canasto con golosinas y banderines, cigarrillos y cosas de poco valor,
casi insignificantes, y se quedaba
distraídamente apoyado en su único pie y con la muleta en el sobaco.
La primera vez me acerqué a saludarlo y él se dejó abrazar, mansamente,
como un hombre resignado a su desdicha.
Yo
pensé que no aceptaba convertirse a sí mismo en recuerdo y que esa era su
tragedia, porque seguía siendo un
símbolo del For Ever campeón de los años de la Dictadura. El reconocimiento de la gente no era más que
eso: un saludo momentáneo. Y aunque todos le
brindaban su afecto, y más de uno le compraba
cosas que no necesitaba, era obvio que en
el fondo todo eso lo enfurecía
secretamente. Por eso no entraba
jamás a la cancha.
Lo observé durante
varios fines de semana: desinteresado de lo que pasaba adentro,
siempre de espaldas
al estadio, su patético
desprecio solo conseguía
subrayar cuánto odiaba asumirse como mito, como estatua
viviente del gran centrodelantero que la Guerra había malogrado.
Y en el exacto minuto en que comenzaba cada partido, Tito se iba.
Una
tarde me quedé afuera, y antes de que huyera me le acerqué. Yo había pensado
varias veces, antes, en ayudarlo de algún modo. Una vez lo propuse para un
trabajo en la universidad; otra convencí a los japoneses
del Zan-En para que lo admitieran en la panadería. Pero él ni siquiera se presentó
para hacerse cargo. Tampoco me agradeció las
gestiones ni pareció apreciar mi comedimiento. De modo que dejé de
insistir y aquella tarde, a las puertas de la cancha, simplemente quise invitarlo a ver juntos el partido desde la platea. For Ever jugaba contra Racing
de Córdoba por las semifinales del Promocional, era un sábado soleado, la cancha estaba llena y yo había
conseguido un par de buenos lugares.
Pero apenas formulé la invitación Tito me dijo que no con la cabeza, que movió frenéticamente. Nervioso, pero sobre todo
enojado por mi insolencia, golpeó el piso con la muleta y me dijo "No jodás, andate de acá". Y me miró
fijo y sin pronunciar otras palabras me rogó con los ojos, que parecían de fuego, que me alejara
de allí.
Nunca más vi a Tito Di Tullio. Nunca más volvió al estadio, no lo vi
más en la ciudad y aunque hice
algunas preguntas, meses después, nadie supo darme razón. Muchas veces pensé que se habría suicidado, como tantos
ex combatientes de Malvinas. Imaginé que lo encontraban
colgado de una viga, o que se tiraba al Paraná
desde lo más alto del puente que lleva a Corrientes. Y más de una
mañana me descubrí, vergonzantemente, buscando
una nota luctuosa en los diarios locales.
Pero nunca más lo vi y creo que fue lo mejor que pudo pasar. Tito perdió por goleada con la vida
y acaso su único triunfo fue saber evaporarse.
Suelo pensar que esa es la clase de resultados que arrojan las guerras
idiotas: nunca hay un final, un
verdadero final para sus protagonistas anónimos. Solo ellos, cada uno de ellos
y absolutamente nadie más, han de
saber lo insoportable que es vivir con el resentimiento quemándote el alma.
Por eso, me dije, mejor olvidar a Tito, no buscarlo nunca
más. En todo caso, capaz que un día de
estos escribo un
cuento y
lo
hago literatura.
Respondé:
a- Identificá el contexto del cuento ¿En qué época transcurre? Justificá tu respuesta con una cita textual.
b - ¿Qué sabés de la guerra de Malvinas?
c- ¿Qué proyectos tenía Tito antes de la guerra de Malvinas? ¿Qué sucede durante la guerra? ¿De qué manera ese evento modifica sus planes?
d- ¿Cómo describirías a Tito antes y después de la guerra?
e- ¿Qué críticas realiza el cuento a los gobiernos argentinos en relación con la guerra y los ex combatientes?
f- ¿Por qué pensás que el cuento se llama de esa manera?
g Explicá con tus palabras la siguiente frase: “Suelo
pensar que esa es la clase de resultados que arrojan las guerras idiotas:
nunca hay un final, un verdadero final para sus protagonistas anónimos”
h- De acuerdo a lo que has leído, visto, oído, a la información que circula sobre la cuestión de la guerra y los ex combatientes en la sociedad ¿Pensás que este cuento refleja lo que sucedió en la Argentina en relación con la guerra? ¿Por qué?
i- ¿Es un cuento realista o fantástico? ¿Por qué?
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